viernes, 25 de marzo de 2011

Te cuento un cuento (XIV)






La Revolución encorsetada






Ramirez todavía recuerda aquel día, o mejor dicho, aquella noche.
Fué la vez que todo pareció estar tan cerca...tan cerca.
Posadas siempre lo decía: "La Argentina vive un proceso de revolución encorsetada".Y claro, Ramirez le creía.
Era un muchacho entonces, repleto de sueños, de ansias de cambiar el mundo, y militaba en el Partido Obrero Trotsquista, sección argentina de la Cuarta Internacional.
Pavada de nombre.
Y Posadas era el líder, el conductor, el Lenin criollo que los conduciría al alzamiento triunfante del proletariado.
Ramirez, aclaremos, no se llama Ramirez. Ese era su pseudónimo entonces, porque el PORT -le diremos así para abreviar- era una orga revolucionaria, tenía una estructura celular y los militantes solo se conocían por pseudónimos por seguridad.
Mucho tiempo después Ramirez cayó en cana y ahí se vino a enterar que la única que los conocía a todos por su verdadero nombre era la SIDE.
Bueno, no solo la SIDE, también la DIPA, la que lo encanó, que era un departamento de la Federal que logicamente existe hasta hoy, nada mas que con otros nombres, propio como si usara pseudónimos.
DIPA eran las iniciales de Dirección de Investigaciones Policiales Antidemocráticas.
Ramirez se ríe cada vez que lo recuerda, porque la bestialidad de los milicos queda reflejada en ese nombre.Son tan pero tan brutos -dice- que ellos mismos declaraban que lo que hacían era antidemocrático.
Años después le pusieron Coordinación Federal posiblemente porque alguno les hizo notar el error.
¡Qué tiempos aquellos! Ramirez vivía entonces a unas cuadras del cementerio judío de La Tablada,en una prefabricada que alquilaba con otros tres compañeros del partido. Camaradas, mejor dicho, porque la Argentina se divide en correligionarios, compañeros y camaradas.
Y los demás, que no se consideran ni correligionarios, ni compañeros ni camaradas y suelen cagar a todo el resto.
Andaban aquellos camaradas siempre faltos de sueño y de plata, porque la militancia les robaba horas de sueño y el partido les llevaba buena parte de sus magros salarios de obreros fabriles.
¡Pero que importaba! La revolución estaba a la vuelta de la esquina, Posadas se los decía y ya les parecía ver la marea de proletarios rompiendo victoriosos las cadenas.
Con los años Ramirez se hartó del POR, de Posadas y de la terquedad de los proletarios que se resistían tercamente a romper las cadenas y decidió dejar que el mundo anduviera así nomás.
Pero en aquel entonces todo parecía tan inevitable, tan claro, tan inminente...
Para peor uno de los camaradas de Ramírez era un alemán que era tornero y que todavía hablaba el castellano con dificultad porque había llegado hacía poco de Tunez, donde Bourguiba, el dictador de turno, permitía que los apoyos del Frente Argelino de Liberación fabricaran armas con la condición de que todo fuera en el mas estricto secreto.Y para eso los militantes trabajaban turnos de doce horas siete días a la semana sin salir jamás de la fábrica y los renovaban cada tanto..
Claro, el alemán salió un poquito trastornado como deben haber salido todos los que allí estuvieron, pero él y sus historias transmitían un aire de heroísmo, de epopeya, de renunciamiento que prendían facilmente en esas almas predispuestas.
El gran compañero de Ramirez y de los demás era el Escufi. El Escufi era un ovejero alemán que habían comprado barato porque tenía una pata deforme de nacimiento y que probablemente tenía otras fallas, porque los cuscos lo corrían y el arrugaba entero y se refugiaba como un pequeño cachorrito indefenso.
Pero era un compañero macanudo, con ese cariño y lealtad sanos, sin dobleces, que sólo se encuentran en un perro.
Cuenta Ramirez que le pusieron Escufi como onomatopeya del resoplido que suelen hacer los perros cuando están olfateando algo, como si buscaran limpiar las fosas nasales para volver a aspirar puros los olores que intentan descifrar, resoplido que el Escufi hacía como cualquier perro pero más.
Y ahí andaba el Escufi por el terreno al fondo de la casilla, jugueteando siempre con cualquier cosa o mordisqueando los higos caídos de la higuera que había allí.
Ramirez ya no recuerda bien cuando sucedió, porque han transcurrido demasiados años, pero según me contaba debe haber sido en la época del Cordobazo, el Rosariazo y los demás azos contra la dictadura de Onganía porque sólo en esa época pareció que el régimen temblaba, que las masas despertaban por fin y que el futuro estaba al alcance de las manos.
La cosa es que esa noche escucharon de pronto algo que parecían disparos lejanos e inmediatamente salieron a la vereda para tratar de asegurarse.
Sin embargo no se escuchó mas nada y después de un rato volvieron a entrar y se pusieron a cenar y en eso estaban cuando los estampidos volvieron a escucharse, en rápidas sucesiones que hacían presumir un enfrentamiento.
No lo pensaron mas. Ramirez tomó la Ghunter 22, único armamento existente,se la calzó bajo la chomba y salieron los tres (el alemán no estaba) presurosos hacia la Avenida Crovara.
Reinaba una ominosa quietud según les pareció, pero no se escucharon más los estampidos.
Pero estaban segurísimos que algo debía estar pasando, porque la revolución estaba a la vuelta de la esquina, no se iban a perder el nacimiento del histórico alzamiento del proletariado.
Caminaron hasta cerca de la General Paz y nada. No sabían que hacer. En aquel entonces el único que tenía teléfono portátil era el detective Dick Tracy, un personaje de historieta.
Y los teléfonos públicos sólo existían bien adentro de la capital. No había manera de consultar con otros, así que después de remolonear un rato cerca de Jabón Federal pegaron la vuelta.
No bien entraron a la casilla el tableteo se repitió y Ramirez salió al fondo para tratar de detectar la dirección de donde parecía provenir el ruido de disparos.
Y ahí fué cuando lo vió al Escufi jugando con un cacho de harboard en desuso que pisaba con sus patas mientras lo levantaba y lo soltaba con los dientes.
Y el harboard repetía una y otra vez un patente tableteo de disparos lejanos, de proletariado en armas, de revoluciones encorsetadas y de sueños rotos que Ramirez no ha olvidado nunca mas.

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