lunes, 5 de abril de 2010

Te cuento un cuento (I)

En el espíritu de Semana Santa
Ahora que podemos respirar tranquilos porque resucitó again, un cuento haciendo juego


Charla con El.
No sé por qué me eligió a mi para charlar.
No he sido precisamente un ejemplo de hombre, y menos de acólito; siempre dije que si Dios existía yo estaba en contra, dada la tracalada de iniquidades que ha hecho, según la Biblia, y las características de su Creación, que no me parecen hacerlo digno de reverencia alguna.
Lo cierto es que me eligió; debo conceder que su presentación no fue lo que uno hubiera esperado. En esta época de efectos especiales y realidad virtual, eso de prenderle fuego a una zarza parece casi una pavada. Por otra parte es lo mismo que hizo con Moisés, y lo menos que puede pedírsele es que se renueve.
Lo que sí impacta bastante es la voz con eco. Impone respeto pese a que se le nota cierto temblequeo por momentos, como cuando un cassete patina, o como el discurso de un anciano. Por lo demás parece uno de nosotros, o por lo menos se presenta así.
Una vez superado el impacto inicial y mi desconfianza de que se tratara de una cámara oculta nos sentamos bajo un árbol y disfrutamos en silencio de la fresca sombra.
“¿Sabés una cosa? -me dijo al cabo de un rato- todo fue bastante bien hasta que se me ocurrió hacer a Adán. Cosas de la juventud. ¿De qué sirve poder crear cosas de la nada si nadie te aplaude o te reverencia por eso? No cabe duda que me perdió mi ego”.
Suspiró profundo y musitó, mas para sí mismo que para mi: “Aprendiendo a vivir se va la vida”.
Confieso que me conmovió. Parecía más humano que muchos humanos . Por lo menos, yo no conozco muchos hombres que reflexionen críticamente sobre sus actos y cuando lo hacen suelen descargar alegremente en otros la responsabilidad de todo lo malo, lo injusto o lo errado que hayan hecho.
Claro que también me doy cuenta de lo difícil de su posición: ¿A quién podría culpar él? “Pero, Dios – le dije- ¿Acaso no sos perfecto y omnipotente? ¿Por qué entonces no hiciste al hombre de la manera que resultara agradable a tus designios?”
Largó una risotada estentórea, de esas que se usan para indicar al interlocutor que está hablando pavadas, y me dijo: “No hablés pavadas; eso de mi perfección y mi omnipotencia forma parte del aporte del pensamiento helenístico a la venta del producto, como se dice ahora. ¿Acaso encontraste algo de eso en el Antiguo testamento? Por eso me gustaban esos muchachos los Israelitas; ellos no se andaban con vueltas. ¡Qué tiempos aquellos!”
“Bueno, no se si ameritan tu regocijo – le respondí- No solo hicieron pelota a infinidad de pueblos (con tu invalorable ayuda, desde luego) sino que ahora mismo lo repiten en Territorio Palestino y Líbano”.
Su rostro ensombreció. “Tenés razón. Ese es el punto. El hombre no aprende. Lo sigo desde hace decenas de miles de años y lo que más me apasiona es su incapacidad de mejorar. Hasta yo aprendo. Ya no soy cómplice de ninguna nación. Antes eso de derribar murallas, mandar pestes o matar primogénitos a carradas me sonaba heróico, pero era la inconciencia de la juventud”.
Me alegra que lo veas – le dije- a mi me asombra que tus seguidores no lo vean, o lo que es peor, elaboren rebuscados argumentos para justificarlo. Pero cambiando de tema; hay una duda que siempre me carcomió: ¿qué corno hicieron los Gomorritas? Porque de los Sodomitas sabemos bien, pero calculo que lo de los Gomorritas debe ser de órdago para que hayas borrado hasta la mención de sus pecados!
“¿La verdad? Yo tampoco me acuerdo. No puedo estar en todo. Muchas veces me basaba en los informes de los ángeles. He matado a tantos y tantas veces que se me escapan de la memoria. Pero si los hice sonar por algo será.
También reconozco que algunas veces me cegaba la ira. Yo tenía un carácter podrido en otros tiempos”.
¿Y qué fue lo que te hizo cambiar? “Qué va a ser? Los fracasos, che; los fracasos te vuelven humilde, reflexivo, comprensivo con las flaquezas de los demás. Y el hombre ha sido un fracaso capaz de volver humilde a cualquier Dios”.-
Nunca creí que habría un momento como ese, pero allí estaba El, tan compungido, tan dolorido, tan vencido, diría yo, que solo se me ocurrió consolarlo. ¡Consolar a Dios! Cosas vederes Sancho... así que le dije: “Señor, un fracaso no puede borrar tan grandes triunfos, la sombra no hace sino destacar el valor de la luz. Un hombre que te amó y que quizas no merezca tu verguenza dijo “No te dés por vencido, ni aún vencido”! Concédete otra oportunidad”.
“En realidad he fracasado tres veces – dijo- y creo que ya no soportaría otro fracaso”. Me pareció que su voz se volvía trémula, como la de un hombre (o como la de un Dios, supongo) a punto de llorar.
“Cómo tres veces? - le dije- ¿Acaso hubo veces que no conocemos?” (En seguida vinieron a mi mente Lemuria, la Atlántida y los cuentos de Von Daniken y sus “tornillos hallados en los mantos de carbón de Francia” y otras paparruchadas por el estilo ). “No seas tarambana – me dijo- La primera fue cuando decidí barajar y dar de nuevo con Noé y su familia. Lo que vino despuès fue peor, si cabe, y pensé que quizás era mejor un toquecito aquí y otro allá en vez de romperlo todo. Lo mandé a Jesús, pero el muchacho era muy inexperto y el resultado está a la vista. Esta humanidad que ves es sin lugar a dudas mi tercer fracaso.”
Se levantó lentamente, como el que lleva en sus espaldas un gran cansancio y me dijo: “Bueno...adiós, ALEA JACTA EST”.
En ese momento comprendí que hacía El aquí: estaba despidiéndose de su obra.
Creo que ha decidido terminar con el experimento.

68 y contando

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